Todos los meses se repetía el mismo ritual. Bajaba al buzón con la certeza de que encontraría una carta. Ya nadie escribe cartas y eso lo hacía aún más especial.
Se tomaba su tiempo. Preparaba un café y encendía un cigarro. Se sentaba en su sillón favorito, la contemplaba como si de un tesoro se tratara y la abría.
Desde hacía seis meses intercambiaban pedazos de sus vidas convertidas en líneas. Se contaban sus rutinas, sus sueños, sus fracasos, sus alegrías. Ella deslizaba suavemente su vista a través de los párrafos, los acariciaba con la mirada. Sabía que unos días antes, ese papel estaba en blanco y que poco a poco él los había ido llenando de palabras que la hacían transportarse a su universo. Un pequeño universo que entre los dos habían construido y del que sólo ellos tenían conocimiento. Un universo paralelo, real o tal vez tan irreal como ellos mismos.
Él siempre se despedía con un "hasta la próxima" que le dejaba una sonrisa en los labios.
Después ella, siguiendo su ritual, cogía papel y bolígrafo y empezaba siempre con la misma frase: "la próxima ha llegado" y así comenzaba un nuevo intercambio.
Se conocían tanto que se hubiera dicho que habían vivido juntos. Sus temores, sus inquietudes, sus gustos, sus ilusiones ... En aquellas cartas, poco a poco y sin darse cuenta, fueron poniendo cada vez más un poco de ellos mismos.
Cerraba el sobre y lo acariciaba, por última vez, antes de echarlo al correo.
Así, hasta el mes siguiente, cuando él volviera a despedirse con un "hasta la próxima".
La primera carta apareció en su buzón un 12 de agosto, un error de correos, que retuvo demasiado tiempo una carta. El matasellos era de tres años atrás. Ella devolvió la carta al remitente con una nota: "lo siento, pero ya no vive aquí". A los pocos días recibió una nueva carta en su buzón. Destinatario: "el habitante del 2ºB".
Así empezó el juego.
Así continúa.
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