Le costó trabajo hacerse a la idea de que aquello no iba a ningún lado. Que como dice la canción, "lo nuestro fue sólo lo mío y no de los dos".
Le costó trabajo ver las cosas claras, pero las vio cuando se decidió a pedir respuestas.
Le costó tener que hacer de tripas corazón y verle un día sí y otro también y tener que tratarle como lo que habían sido hasta que se lanzó al abismo, como un amigo.
Le costó interpretar su papel, pero no lo hizo nada mal.
Le costó la vida no llamarle sólo para ver qué hacía, para escucharle. Lo único que quería era que no se notara demasiado que ella aún sentía algo.
Le costó, pero al final consiguió abrir los ojos y darse cuenta de que era lo mejor, que ya no le interesaba como nada más que un amigo. Que así es como habían sido siempre las cosas y así debían seguir siendo.
Comenzó a ver defectos donde antes ni los intuía. Volvió a llamarle, como había hecho siempre, sólo por saber cómo estaba, sin miedo a que nada se notara porque no había nada que notar.
Y un día apareció por el bar donde él estaba, con tres amigos que él no conocía y saltaron las alertas.En su cabeza despertó el "complejo de conquistador" que todos tenemos aletargado. Ese que nos dice que una tierra conquistada es nuestra, aunque la hayamos abandonado a su suerte, sólo porque nosotros la vimos primero. Seguramente no la queremos para nada, pero ... ay! que nadie se atreva a conquistarla!
Por primera vez en todos aquellos años sintió celos al verla.
Hablaron un rato, como dos amigos que se encuentran por casualidad en un bar.
Al marcharse, dos besos de despedida, pero él no pudo evitarlo y le dio uno más. Ella ni se inmutó ante roce de sus labios. Ya conocía el antídoto y no sintió la mordedura o al menos no le dolió. Se marchó como si nada hubiera ocurrido, con sus tres amigos, tal y como llegó.
Había aprendido la lección y no caería de nuevo. Ya no.
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