martes, 16 de febrero de 2010

El Setè Cel



La primera vez que lo vi fue hace seis años más o menos. Lo único que pude ver fueron sus ojos. Y no es que llevara la cara tapada ni nada por el estilo, si no que sus ojos me atraparon y no conseguía dejar de mirarlos.

La gente siempre dice que la mirada lo dice todo y es algo que yo nunca he entendido. Nunca he conseguido descifrar miradas si no iban acompañadas de expresiones. Pero con aquellos ojos no me sucedió. Eran negros y profundos. Contaban historias sin necesidad de palabras. Estaban llenos de vida, de magnetismo. Me susurraban lugares que habían visto. Profundos como cavernas que te llamaban a entrar.

Nos tomamos un par de cervezas (o puede que tres o puede que más) en un pequeño bar llamado "El Setè Cel", como si el destino hubiera elegido el nombre. Allí estaba yo, en el séptimo cielo frente a unos ojos que me tenían hipnotizada. Unas horas y muchos intercambios de miradas. No sé si mis ojos pudieron decir algo o se quedaron callados, boquiabiertos ante tanta luz.

Una despedida. Un "ya hablamos". Un "seguimos en contacto". Pero a mi no me servía. Tenía que separarme de él y de su mirada. Dos amigos despidiéndose en mitad de una calle.

Después de seis años, hemos vuelto a coincidir. Cosas del destino, casualidades de la vida, karma, llámalo como quieras. Sus ojos siguen igual, aunque mucho más profundos, más llenos de historias, contándome más cosas, atrapándome igual.

No sé si en algún momento mi mirada ha sido capaz de decirle algo. Me han dicho varias veces que mi expresión sí que lo hace. Algún día tendré que preguntarle.

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