Por mi experiencia en la vida, me he dado cuenta de que hay ciertas personas que - todavía no he descubierto la verdadera razón - te llegan de una manera especial, te gustan aún sin conocerlas más que apenas de vista, te resultan familiares, cercanas... Tal vez sea su físico, sus gestos, su timbre de voz o su forma de moverse, pero te resultan atractivas nada más verlas por vez primera; y, a poco que cruces con ellas unas pocas palabras, sabes (intuyes) que sois afines, que podríais congeniar, que tenéis cosas en común. Incluso sin cruzar palabra alguna: alguien que se sienta frente a ti en el metro; un dependiente tras un mostrador cualquier tarde de compras; una actriz a la que entrevistan en la tele, alguien que te sonríe por la calle...Pues eso me pasó siempre con Marcos.
Yo entonces era una niña, tendría 10 años y él era ya un adolescente, pero a pesar de la diferencia de edad, siempre hubo una conexión especial. Me gustaba estar con él, quizá porque no me trataba como a una cría sino como a un igual ... era como un hermano mayor para mi, yo como su hermana pequeña.
Estuvimos en contacto durante un año más o menos y luego desapareció. Se mudó y no sabía (creo que ni me lo planteaba) a donde había ido, porque con esa edad no piensas demasiado en las personas que son importantes en tu vida.
A los años, quizá tenía yo 20, una noche volví a encontrármelo y no fue como encontrar a un desconocido. Empezamos a hablar como si el tiempo no hubiera pasado, como si esos años de impás no hubieran existido, como si nuestra amistad, entre una niña y un adolescente, hubiera madurado durante ese tiempo. Recuerdo con nitidez aquella noche, aquella conversación. Hablamos de lo que había sido de nuestras vidas, de lo que habíamos hecho, de lo que estábamos haciendo. De los amores y desamores, de lo que esperábamos de la vida ... me encantó reencontrarlo. Fue como recuperar a mi hermano mayor, cuando pensaba que lo había perdido para siempre. Quedamos en volver a vernos y no recuerdo muy bien por qué no fue así. Fuimos dejando pasar los días, supongo ... y de nuevo nos perdimos la pista.
Esta vez sí que me importó más. Esta vez sí que fui consciente de que él era una pieza importante de mi vida, porque existía esa conexión que por suerte no se da siempre entre las personas y que es lo que hace que cuando encontremos a alguien especial nos demos cuenta de que lo es.
Durante todos estos años, muchas veces, me he preguntado qué habría sido de su vida. Es curioso como a veces nos gustaría saber qué ha sido de personas con las que hemos pasado muy poca vida y no de aquellos que deberían ser importantes, teniendo en cuenta el tiempo que hemos compartido. Como dice una canción “hay gente que no consigues olvidar jamás, no importa el tiempo que eso dure”. Debe ser que por muy poco tiempo que pasemos con alguien, si existe esa conexión da igual la edad, el sexo o el tiempo transcurrido. Esa sensación de que ese alguien es especial se te queda marcada a fuego.
Más de veinte años después de nuestro primer encuentro, las nuevas tecnologías nos han hecho volver a encontrarnos. A través de amigos de amigos de amigos ... bendito facebook!!! y ha vuelto a ser como aquel segundo encuentro. Una década o más de cosas que contarnos pero con la sensación de que no ha pasado el tiempo, de que esa conexión sigue intacta. Hemos tratado de ponernos al día, aunque seguimos en ello y hemos hablado de esa conexión, que subjetivamente conocíamos, pero que no sabíamos si el otro también sentía ... y sí, era mutua.
Al leer sus correos me doy cuenta de que esa intuición inicial no fue errónea, somos muy iguales. Nuestras vidas han evolucionado de una manera muy similar sin saberlo.
Me gustó lo que me dijo en su segundo correo: “veo tus fotos y ¡eres tú! tienes la misma cara, las expresiones que recuerdo, esos ojillos y esa sonrisa enorme siempre en tus labios. Y me doy cuenta que sigues teniendo ese "algo especial"... “ Me gustó porque sentí lo mismo cuando lo vi por tercera vez, que a pesar de los años sigue siendo él, que seguimos siendo los mismos y no hemos cambiado. Sigo sintiéndolo igual de cercano que hace veinte años, quizá porque nuestra esencia, lo que somos, no ha cambiado en absoluto.
Me encanta saber que mi “hermano mayor” es feliz y que cuando no lo ha sido ha salido de sus infelicidades con algo bueno aprendido ... Tiene un niño precioso, una mujer encantadora (con la que vive en pecado, no esperaba menos de él ... jeje). Lo siento feliz y sereno ...
He tenido mucha suerte en volver a encontrarlo, sobre todo teniendo en cuenta que la vida, en raras ocasiones, nos da tres oportunidades.
Esta vez no piens perderle la pista.
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