A veces, cuando sé que ella no está, llamo a tu casa porque sé que serás tú quien responda mi llamada. No hablo, me limito a escucharte. Sonrio al escuchar ese “¿sí?”. Sigo sonriendo mientras sigues hablando. Cuando dejas de hablar cuelgo, pero mi sonrisa continúa en mis labios. Vuelvo a coger el teléfono y vuelvo a llamar, esperando de nuevo el “¿sí?”, sonriendo con cada palabra que dices. Yo, sigo sin hablarte y cuando cuelgo es cuando te digo cosas. Porque sé que las escuchas, porque sé que me oyes cuando te grito enfadada por haberte ido, porque sé que me sientes cuando te echo de menos, porque sé que te ries cuando me rio con ella y hablamos de ti, porque sé que nos miras cuando desayunamos juntas y nos contamos nuestras cosas … esas de las que nunca te enterarías si no fuera porque te fuiste.
Conociéndote, tengo muy clara la intención que tenías cuando grabaste aquel mensaje en el contestador. Lo hiciste para que quien lo escuchara se riera y pensara “qué cabrón, ya se ha quedado conmigo”. Creo que todos los que escuchamos el mensaje ahora nos seguimos riendo, aunque con un atisbo de tristeza, pero … amigo, nos sigues sacando una sonrisa. Ese eras tú. Ese eres tú. Ese seguirás siendo tú, estés donde estés.
Yo, por mi parte, seguiré llamando a tu casa para escucharte de vez en cuando, porque incluso ahora, que han pasado casi dos años, sigo sin creérmelo del todo. Supongo que algún día tendré que empezar a hacerlo.
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