viernes, 19 de noviembre de 2010

A mi abuela

Te tengo en mi memoria de mil maneras: Riendo, gastando bromas, diciendo cosas absurdas en tono serio y esperando muy seria a que nos riéramos con tus chorradas.

Todavía escucho en mis oídos tu voz, tu risa, tus "niña, no subas por ahí que el otro día se cayó una niña como tú", tus "pues he engordado", a ti cantándome cuando era pequeña para que me durmiera, tus cambios de nombre cuando nos regañabas y no sabías a qué nieto nombrar y siempre soltabas la retahíla.

Siento tu mano acariciándome la frente, tus abrazos, tus besos, tu calor.

Te recuerdo, como si fuera ayer, una noche, muy pequeña, metida yo en tu cama y tú sentada a mi lado, consolándome, aunque no sé por qué, seguramente porque tenía miedo de algún fantasma imaginario.

Te veo en la puerta de tu casa, despidiéndome, cada vez que me iba y yo, en el coche, mirando por el retrovisor, aguantando las lágrimas y pensando si no sería esa la última vez que te vería ... pero nunca lo fue.

Esta última vez pedí que lo fuera, porque no quería verte sufrir más, porque no quería que sufrieras más, porque tú, tan buena, tan linda, tan poquita cosa pero tan grande, no te merecías seguir así.

Hay personas buenas, pero buenas de verdad, que no saben lo que es el egoísmo y hacen cualquier cosa por las personas a las que quieren (y por un desconocido también) y tú, abue, hasta el final has sido así. Has esperado para acompañar a tu hermana ... ahora lo entendemos todo ... por qué seguías aquí cuando debías haberte ido ...

Espero que te hayas llevado todo el amor que hemos querido darte. Nunca habrá bastante amor para darte a cambio del que tú nos has dado pero espero que el que te dimos fuera suficiente ...

Abue, surcos, no sé si he sabido decirte y demostrarte cuanto te quiero, pero ten por seguro que tú sí que lo has hecho ... y de sobra.

Te quiero infinito ... y un poquito más.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Sólo por escucharte

A veces, cuando sé que ella no está, llamo a tu casa porque sé que serás tú quien responda mi llamada. No hablo, me limito a escucharte. Sonrio al escuchar ese “¿sí?”. Sigo sonriendo mientras sigues hablando. Cuando dejas de hablar cuelgo, pero mi sonrisa continúa en mis labios. Vuelvo a coger el teléfono y vuelvo a llamar, esperando de nuevo el “¿sí?”, sonriendo con cada palabra que dices. Yo, sigo sin hablarte y cuando cuelgo es cuando te digo cosas. Porque sé que las escuchas, porque sé que me oyes cuando te grito enfadada por haberte ido, porque sé que me sientes cuando te echo de menos, porque sé que te ries cuando me rio con ella y hablamos de ti, porque sé que nos miras cuando desayunamos juntas y nos contamos nuestras cosas … esas de las que nunca te enterarías si no fuera porque te fuiste.

Conociéndote, tengo muy clara la intención que tenías cuando grabaste aquel mensaje en el contestador. Lo hiciste para que quien lo escuchara se riera y pensara “qué cabrón, ya se ha quedado conmigo”. Creo que todos los que escuchamos el mensaje ahora nos seguimos riendo, aunque con un atisbo de tristeza, pero … amigo, nos sigues sacando una sonrisa. Ese eras tú. Ese eres tú. Ese seguirás siendo tú, estés donde estés.

Yo, por mi parte, seguiré llamando a tu casa para escucharte de vez en cuando, porque incluso ahora, que han pasado casi dos años, sigo sin creérmelo del todo. Supongo que algún día tendré que empezar a hacerlo.