martes, 23 de febrero de 2010

La lista de la compra (por Pedro J. Bueno)

No he podido resistirme a copiar integra esta entrada del blog que mi amigo Pedro tiene en facebook ... personas como él son necesarias en el día a día, porque ¿qué sería un día sin una carcajada? Pedro, sin tus comentarios diarios el día no sería lo que es!!! GRACIAS!!

LA LISTA DE LA COMPRA

La primera vez que visité el Supersol con mi mujer, me pareció el lugar más romántico del mundo. Lo tenía todo, bonitos paisajes (charcutería, pescaditos. . .) amplias avenidas graciosamente dispuestas, musiquilla romántica (me parece que era de Perales), y yo paseaba de su mano, sin perder de vista las ofertas 2x1 y todo eso.

-¿Te apetece un poquito de queso de ese que huele a sobaco, cariño? Me decía con la mirada cálida y los ojillos soñadores.

–¿Te cojo otra botellita de Marqués de Riscal, gordí? –añadía al rato- Ya sólo te quedan seis en casa.

Fueron unas semanas maravillosas. Cada compra semanal era una fiesta y un jolgorio y un ya te digo.

Al poco, mi contraria me dio la primera nota. ¡Que nerviosismo! ¡Qué emoción! Iba a hacer una compra yo solito. Como los hombres de verdad. Pues, una mierda para mí y otra para los hombres de verdad.

Me explicaré: Teniéndome por un individuo de recursos, decidí no limitarme a la mera literatura e improvisar cuando la falta de detalles en el pedido así me lo pareciera indicar.

Si en la nota ponía “champú para cabello graso” y ahí terminaba la información, yo tenía como unos trescientos champúes (o champuses) donde elegir, todos ellos “para cabellos grasos”. Y entonces optaba por uno con PH neutro y olor de guayaba o de almendra salvaje.

Si en la nota ponía “quitamanchas”, yo buscaba entre los más de seis mil diferentes en stock y cogía uno con un calvito de brazos cruzados que me caía super bien.

Y cuando esa santa que preside mi humilde hogar empezó a desgranar la lista de mis desdichas, se abrió la caja de Pandora y escaparon los truenos.

-¿Es que tú no sabes que a mí la guayaba me da cosa? –y después- ¿Y por qué no has traído quitamanchas de amoníaco, que es el que usa mi madre?

Y después seguía con el fuagrás, con los esnakis, con el papel higiénico, con el shopper...

-Pues yo pensé que... -no pude terminar.

Porque ella soltó la frase que ha marcado mi vida de forma indeleble e imperecedera.

-Cuando yo te dé la lista de la compra, ¡TU NO PIENSES!, ¡OBEDECE!

Y así lo hice. Y no sé que fue peor.

De las sesenta o setenta cosas de la siguiente lista, me parece que, como mucho, le llevé catorce o quince.

-¿Es que no había sopa Maji de calabacín?

-No. La que había era de Nor.

-¿Y por que no te la has traído de Nor?

Si hubiera podido pensar, seguro que me la habría traído de Nor, o de Avecrens. Pero aún resonaban en mi oído las crueles palabras ¡No pienses! ¡Obedece!

Con otras cosillas, el truco es infalible. Y la respuesta suele ser “Déjalo. Ya lo hago yo. ¡Que no valéis para nada!”

Pensé que con esta actitud decidida y varonil, había ganado una batalla en favor de la emancipación del varón y la liberación del género a la hora de ser involucrados en tareas viles y rastreras como la compra semanal.

Pues otra mierda para mí y otra para la emancipación del género.

Porque, de nuevo la astucia femenina se impuso.

Desde aquel aciago día, las listas de mis compras vienen cuajaditas de detalles.

-Fregasuelos Arrichaka, olor a pino mediterráneo, de la parte de Manilva lindando con San Roque, tarro blanco semi- opaco con etiqueta verde esperanza y ligeros tonos en pistacho clarito, tapón rojo fuerte con rosca para la derecha. Lo quiero en tamaño familiar, que viene a corresponder a unos 1000 c.c. según las normas de capacidad de la YUPAC, con sede en Lovaina (Suiza).

-Paté de pechuga de pato joven, marca Apish, a las finas hierbas, a saber: hinojo, romero, albahaca y perejil. La lata es cilíndrica en tonos ligeramente dorados y con leyenda en marrón y negro azabache. Tamaño estándar de trescientos treinta y seis gramos.

Creedme, ahora es un infierno. Me tiro leyendo tres horas para elegir cada producto, me vengo cargado como una burra, y encima, si no encuentro algo como estaba escrito, me aplica la Ley de vagos y maleantes del Franquismo, según Decreto ley 554/55 de Junio de 1958.

Gracias a Dios, el champú de melocotón del Atilano, no hay cojones de localizarlo. No hay en toda la tienda ni un bote de champú que lleve o el nombre o el dibujito. Y aunque ella insiste en apuntarlo día tras día, juro por mi honor que jamás, repito, JAMÁS, llevaré a casa el puto champú de melocotón del Atilano.

Mi Virgi lo intentó, angelito. Me dijo que no tenía más que irlos oliendo uno por uno. ¡Los diez mil!

¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Hombre hasta la muerte!

Vamos, digo yo.

¿Cruel? Puede que un poquito

Me encanta cuando sé algo que se supone que no debo saber. No me refiero a cualquier cosa, si no a algo que la persona en cuestión no quiere que sepas, que se supone que no sabes ... me encanta.

Como cuando alguien te dice que no te está poniendo los cuernos y con tus propios ojos le has visto comerse los morros con alguien. Vamos a ver si me explico, que no es que me guste que me pongan los cuernos, pero esa especie de poder que se tiene cuando se sabe algo que te niegan ... me gusta. Llámame rara.

Resulta que de un tiempo a esta parte, por temas de trabajo, hablo mucho con un tío. A fuerza de hablar hemos acabado hablando de todo un poco. De todo, menos de lo que se supone que yo no sé ... jajajajaja! Resulta, que mi interlocutor en cuestión está casado, pero yo "no lo sé" ... ay! alma de cántaro, que las noticias vuelan! y claro, yo lo sé porque me lo han contado ... pero claro, él no lo sabe.

Hasta aquí, bueno, sí, yo también podría haber preguntado, pero ... es que ¡me lanza los trastos! No, no me conoce, sólo hemos hablado por teléfono, pero él me lanza los trastos (que es algo que no llego a entender). Y no, no es subjetividad, es objetividad como una casa ... me los lanza y a dar además!

Y yo me callo y me rio internamente ... porque sí, porque somos, en el fondo (y tal vez no tan en el fondo) malos ante la mentira. Y lo dejo que me dore la píldora, y le rio las gracias ... hasta que un día, de verdad, de verdad de la buena, me ría y le pregunte por su mujer ... jajajajaja!

Lo reconozco, a veces puedo llegar a ser cruel, pero quien esté libre de pecado ...

sábado, 20 de febrero de 2010

Impaciente

El otro día me mandaron un mail de estos en cadena, en el que había que contestar una serie de preguntas sobre ti mismo. Una de ellas era ¿cuál crees que es tu mayor defecto? y a pesar de que contesté una cosa, pensándolo bien, me equivoqué.

Mi mayor defecto es que soy demasiado impaciente. Quizá por eso contesté otra cosa, por contestar rápido. Siempre me ha pasado. Es algo que no puedo evitar. Cuando empiezo algo, o lo termino en el momento o no lo empiezo. Cuando quiero algo, lo quiero ya. Me ha pasado con las mudanzas, con los "arreglos" de la casa, con la cocina, con cosas que trato de aprender ... quizá por eso no me intereso en cosas para las que no tengo un don innato.

Carezco de constancia, de esa paciencia que observo en mucha gente, de ese pensar "espera que pasará". No puedo, es superior a mis fuerzas.

Por ejemplo, a mi los spa me estresan. No soy capaz de estar ahí quieta, viendo como cae el chorro de agua, sentada esperando ¿qué? ¿nada? ¿relajarme? ... no sé!

No creo que se trate de ser caprichosa, creo que no lo soy, pero cuando "veo" algo en mi cerebro, tengo que verlo en la realidad, no sé si me explico.

Me compré una cámara de fotos y, sin tener ni la menor idea, me lancé a hacer fotos, probando, sin leer las instrucciones, sin saber lo que era la velocidad de la luz, pensando que la palabra obturador sonaba a insulto. Yo me lancé. Probando los modos, decidiendo si me gustaba o no lo que veía, yendo por el camino más difícil. Pero no lo hacía del todo mal, o al menos a mi me gusta lo que veo (otro defecto ... si algo me gusta me gusta y punto, como el chiste, si veo un ladrillo y a mi me parece una piedra preciosa, seguiré pensando que es preciosa, a pesar de que me digan lo contrario)

Creo que soy más de prueba y error que de ir a lo seguro. Quizá me gusta aprender por mi misma, aunque pierda el tiempo, pero pienso que tratando de aprender el camino seguro desde el principio pierdo más el tiempo ...

Aunque a veces, esta impaciencia se convierte en estrés cuando algo no depende del todo de mi. Porque las cosas no suceden, porque no entiendo la tranquilidad de la gente.

Quizá debería aprender a ser más paciente, a relajarme, a esperar a que las cosas lleguen, a no tratar que todo suceda de seguido, que ocurra todo de golpe ... Hay platos que necesitan una cocción lenta y si ese tiempo no pasa el plato se estropea y no sabe a lo que tiene que saber.

viernes, 19 de febrero de 2010

No hay manera

Para qué resistirnos ante lo inevitable ... no hay manera ...


jueves, 18 de febrero de 2010

Disimulo

Anoche estuve en el concierto de Gema y siempre que canta Disimulo la introduce de la misma manera: "¿Porqué cuándo alguien nos interesa de verdad hacemos todo lo posible para que no se nos note y disimulamos?". Todos nos reímos, corroborando que todos lo hacemos y por tanto, todos somos igual de idiotas.

Es verdad, en la mayoría de las ocasiones todos hacemos lo mismo: mandar señales opuestas a lo que realmente queremos. Disimulamos, no vaya a ser que se nos note y se dé cuenta ... ¿Realmente somos todos tan idiotas?. Quizá sea aquel dicho de nuestra niñez, ese de los que se pelean se desean, que se nos ha quedado grabado a fuego.

Seguramente no sea eso y todo sea miedo al rechazo. A que esa persona que nos interesa se de cuenta y nos rechace. Por eso actuamos haciendo ver que no nos interesa. Pero no somos conscientes de que mandando esas señales, si le interesamos a esa persona, lo único que conseguimos es que se dé por vencida y no dé el paso.

Tan fácil sobre el papel y tan difícil de aplicar, ¿eh?

A veces, como dice la canción, mostramos detalles ... pero que no se noten. Echamos el anzuelo, por ver que pasa, pero disimuladamente.

Y así seguiremos todos: disimulando.

DISIMULO (Gema Cuellar)

A veces me pierdo en el silencio
que deja su cuerpo al pasar de largo
y ese es el momento,es mi momento de respirar
y aunque no lo entiendo busco la manera
de salir corriendo no se vaya a dar la vuelta
y me vea boquiabierta observándole pasar

Disimulo, disimulo,
cuando me habla, cuando mira,cuando me quiere besar
disimulo ...

A veces, me pierdo cuando me está hablando
y piensa que no me interesa
como excusa: mi despiste y mi locura no le sirven
y un disculpame
y a veces, me pierdo en mi subconsciente
busco entre la gente su mirar
y cuando la devuelve, yo tan sólo, tan sólo

Disimulo, disimulo,
cuando me habla, cuando mira,cuando me quiere besar

Cuando decide alejarse
voy corriendo a buscarle
y no imagino ni un minuto sin mirarle
y acaricio sus encajes
y le muestro mis detalles
y le ruego y se queda para ahorrarse el viaje
y ahora

Disimula, disimula,
cuando le hablo, cuando miro, cuando le quiero besar
Disimula ...

martes, 16 de febrero de 2010

El Setè Cel



La primera vez que lo vi fue hace seis años más o menos. Lo único que pude ver fueron sus ojos. Y no es que llevara la cara tapada ni nada por el estilo, si no que sus ojos me atraparon y no conseguía dejar de mirarlos.

La gente siempre dice que la mirada lo dice todo y es algo que yo nunca he entendido. Nunca he conseguido descifrar miradas si no iban acompañadas de expresiones. Pero con aquellos ojos no me sucedió. Eran negros y profundos. Contaban historias sin necesidad de palabras. Estaban llenos de vida, de magnetismo. Me susurraban lugares que habían visto. Profundos como cavernas que te llamaban a entrar.

Nos tomamos un par de cervezas (o puede que tres o puede que más) en un pequeño bar llamado "El Setè Cel", como si el destino hubiera elegido el nombre. Allí estaba yo, en el séptimo cielo frente a unos ojos que me tenían hipnotizada. Unas horas y muchos intercambios de miradas. No sé si mis ojos pudieron decir algo o se quedaron callados, boquiabiertos ante tanta luz.

Una despedida. Un "ya hablamos". Un "seguimos en contacto". Pero a mi no me servía. Tenía que separarme de él y de su mirada. Dos amigos despidiéndose en mitad de una calle.

Después de seis años, hemos vuelto a coincidir. Cosas del destino, casualidades de la vida, karma, llámalo como quieras. Sus ojos siguen igual, aunque mucho más profundos, más llenos de historias, contándome más cosas, atrapándome igual.

No sé si en algún momento mi mirada ha sido capaz de decirle algo. Me han dicho varias veces que mi expresión sí que lo hace. Algún día tendré que preguntarle.

jueves, 4 de febrero de 2010

Me bajo en Oporto

Viernes 23 de enero, 3 de la tarde. Cojo mi metro de vuelta a casa. Lleno a más no poder. En Alonso Martínez sube un rostro sin nombre. Primero miradas furtivas hasta que de pronto, me canso y pienso "que no, que a ver quien aguanta más". Le echo narices y lo miro fijamente. No sé cómo lo hice, siempre pierdo cuando trato de aguantar la mirada, no por nada, si no porque siempre acabo riéndome. Y esta no iba a ser una excepción: me entró la risa floja. Bajo la mirada y pienso "la has cagado, va a pensar que eres tonta de remate o que no estás bien de la cabeza". Consigo echarle valor y volver a mirar, consciente de que ya no me sigue el juego y que no estará mirando (hemos quedado en que piensa que soy tonta o estoy loca). Miro y no, sigue mirándome! ¿Qué hago? Yo no contaba con esto! Por la impresión o quizá por la vergüenza anterior, consigo no reírme y sólo sonrió. Él también me sonríe.

Próxima estación, Pirámides. Próxima estación, Urgel ... Mientras tanto pienso en cuándo se bajará. Sigo ahí, sorprendida de que siga mirando y siga sonriendo. Plantada, sin hacer nada, sin decir nada. Próxima estación, Oporto. Se da la vuelta y se gira hacia la puerta. Pienso "ya está, se ha acabado". Vuelve a girarse. Vuelve a mirar y a sonreír. Hace una mueca como diciendo "pues aquí me bajo". Respondo con otra similar, pero sigo parada. Se vuelve a girar y se abren las puertas. Sale. Vuelve a girarse y mira. Sigo mirando, sigo parada. Sigo dentro del vagón. Se cierran las puertas y él sigue allí, parado, al otro lado, mirando y me dice adiós. Sigo mi camino.

¿En qué momento me quedé tonta del todo? Un par de días antes leí algo en el blog de Guille que me sorprendió. En resumidas cuentas, un encuentro con alguien en el metro y un cúmulo de indecisiones "me bajo, no me bajo" que finalmente no acabaron en nada. Viniendo de Guille me sorprendió. Si me lo hubiera contado en persona le habría cortado antes del final y le habría dicho "y te bajaste y hablaste con ella, no?", pero no, no se bajó y continuó su camino. Cuando lo leí pensé: Guille está atontao, yo me habría bajado ... y no, no me bajé.

Ahora lo busco entre los viajeros que entran en Alonso Martínez y en los que salen en Oporto, pero no, no aparece. Ahora pienso en lo grande que es un metro (cuando en hora punta nunca lo he pensado) y lo complicado que es coincidir en el momento exacto y en el vagón exacto.

Pero sigo esperando al viernes. Eso sí, esta vez me bajo en Oporto.