jueves, 16 de septiembre de 2010

Damned

Se despertaron y salieron de casa. Su avión salía en un par de horas. Aún tenían tiempo para desayunar tranquilamente.

En su cafetería de siempre, la que estaba justo debajo de casa. Al entrar por la puerta puerta el camarero ya sabía lo que querían. Él zumo de naranja, café y tostadas con mantequilla. Ella café sólo y sin azucar. Era uno de esos lugares familiares a los que les gustaba ir porque se sentían como en casa. Era su rutina diaria. Bajar a desayunar juntos era uno de sus momentos favoritos, cuando aún había demasiado sueño para hablar pero no para mirarse con aquella complicidad que hacía inecesarias las palabras.

Apuraban esos últimos momentos juntos. Él la miró a los ojos y sonrió. Aquella sonrisa intentaba convertirse en un abrazo reconfortante para ella. Ella le devolvió una mirada vacía y se encogió de hombros. El abrazo no había llegado.

Aquella noche Olga no había dormido bien. No conseguía conciliar el sueño. No dejaba de darle vueltas y más vueltas a la cabeza, con la misma idea golpeando contra cada rincón de su cerebro de manera incansable. Él se iba a la mañana siguiente y sabía que todo cambiaría. Volvería, pero nada sería igual. De hecho ya había empezado a cambiar. Estaba con él distante, fría. Lo sabía. No quería, pero no podía evitarlo. De pronto, como un soplo de aire frio que entra en una casa cálida en invierno, algo en su interior se retorcía y lo miraba con odio. Escuchaba sus palabras, pero no era capaz de sentirlas. No sentía el calor, no sentía el cariño, no sentía el amor. Sólo se sentía herida por todas y cada una de ellas. Las sentía falsas.

Terminaron el desayuno y subieron al coche. Ella conducía. Él la miró. Decidió no decir nada. Conocía aquella mueca torcida en su rostro y sabía que era mejor no hacerlo.

Llegaron al aeropuerto. Lo acompañó a la puerta de embarque. Él intentó besarla y ella giró la cara. Se dió la vuelta. Se fue de allí.

Cuando llegó al parking, justo cuando abría la puerta del coche, alguien la abrazó por la espalda. Alguien le susurró "Lo siento, sabes que lo siento, si pudiera lo evitaría, pero no sé cómo". Era él. Ni siquiera se giró. Abrió la puerta, arrancó el coche y lo dejó atrás.

Él sólo se iba un par de días, pero nada más despegar su avión aterrizaría otro, en el que llegaba su mujer, ésta vez para quedarse. Nunca, a lo largo de aquel año de relación se había sentido la otra. Desde que conoció la noticia de su llegada supo lo que significaba aquella palabra. Supo que aquella sensación no le gustaba. Supo que no volvería a verlo. No podía hacerlo después de haberse sentido así.

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