sábado, 18 de octubre de 2008

Mr. Big

Me gusta Sexo en Nueva York. Es una serie que refleja una realidad. Como en todas las series, algo se exagera, pero muchísimas veces me he sentido identificada con lo que le ocurre a los personajes (a cualquiera de ellos, incluso a Samantha).

Lo que más me gusta de Sexo en Nueva York es Mr. Big. Él no, sino la relación entre él y Carrie. Se trata de una relación de amor-odio-indiferencia-lucha. Es una relación difícil de entender, salvo para aquellos que hayamos tenido o tengamos un Mr. Big en nuestra vida. Y yo lo tengo.

Desde el principio, mi relación con mi Mr. Big fue extraña. Un trío amoroso, en el que yo era el personaje que sobraba moralmente, aunque fuera el que realmente tenía peso en la historia. La relación con Big siempre fue sincera, sin tapujos, sin paños fríos y siempre con la verdad por delante. Sin exigencias, con muchos planteamientos buscando la mejor solución a un problema donde, se mirara por donde se mirara, sobraba siempre una incógnita. Con separaciones, altibajos, muchos quiero pero no puedo, reconciliaciones, promesas, risas, llantos y al final, el final.

La cosa estaba clara, la balanza en algún momento debía inclinarse de algún lado y no lo hizo del mío. Tras eso, frustración, rabia, rencor, impotencia, engaño … todo mezclado. Todo escenificado por los tres personajes que interpretábamos la obra. Tres personas y muchos sentimientos confusos, contradictorios.

Al final las aguas entre Big y yo volvieron a su cauce, tras largas conversaciones incomprensibles para el espectador pero que nosotros, actores de esta obra, consideramos que era el curso que debía llevar nuestra relación. Después de tanto amor, de tanto dolor, de tanta rabia, tanta impotencia ante ciertas cosas, el tiempo ayudó a asentar todo ese batiburrillo de sentimientos encontrados y llegó la calma. Lo bueno perduró. La complicidad, el amor, la ternura, las risas fue con lo que nos quedamos.

Nuestros caminos se han encontrado en tres ocasiones más, pero en este caso, a la tercera tampoco fue la vencida y continuamos nuestros caminos por sendas diferentes aunque siempre conectados. Nos hemos querido demasiado como para no querernos. Nos queremos demasiado como para seguir juntos.

Nuestras conversaciones duran horas. Siempre por teléfono (mejor así). Nos contamos cómo nos va la vida, sin tratar de hacer ver que va mejor de lo que va. Sinceros y cómplices. Nunca me ha importado decirle lo que siento, fuera lo que fuera. Si lo echo de menos, se lo digo claramente, sin pensar si él me echa de menos a mi o qué pensará. Sé lo que piensa. Sabe lo que pienso.

Es la primera persona en la que pienso cuando necesito apoyo, a la primera a la que llamo en los malos momentos, a quien cuento mis triunfos, mis alegrías, mis frustraciones. Es quien me entiende mejor que nadie, porque desde el principio me ha conocido sin disfraces, tal como soy. Nunca he tratado de que me viera de la forma en la que él quería verme. Así soy yo, con mis cosas malas y buenas, pero no voy a engañarte.

Poca gente entendería esta relación, pero la vida, se me hace más dulce, más llevadera, sabiendo que Big estará allí y que sólo tengo que pensar en él para que aparezca.

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