jueves, 20 de mayo de 2010

Los príncipes de Serendip

Hacía ya años que se conocían, pero no lo recordaban. Un breve instante, un vago recuerdo. Ella recordaba algo que él había dicho, sólo eso, nada más. No lo recordaba a él, aunque sí recordaba la historia. Durante todos esos años se había preguntado qué habría sido de él cada vez que pensaba en aquella frase que había hecho ya suya.

Cuando lo vio no lo reconoció. Nunca lo habría hecho. Él no tenía rostro, ni nombre, ni olor … sólo tenía una frase. Ninguno de los dos reconoció al otro. Tantos años, tantos rostros, tantas guerrillas … Él fue quien la recordó. Como un flash, una imagen olvidada de años atrás se fijó en sus retinas y lo supo. Supo que se conocían, que sus vidas se habían cruzado sólo un instante en un pasado no tan lejano. Un instante insignificante en una vida, un instante que pudo haber pasado sin pena ni gloria, pero que por alguna extraña razón ambos recordaban, aunque ella aún no lo sabía.

Él ya sabía quien era ella, ahora sólo tenía que decírselo. Entonces dijo aquella frase y todo encajó. Como el zapato de cenicienta, aquella frase por fin tenía un rostro reconocible.

Ella recordaba su expresión “amores de guerrilla” como algo que le llamó la atención, algo que le había gustado. Había pensado en esa frase muchas veces. No encontraba nada más acertado que aquella expresión, de alguien a quien no recordaba, para referirse a parte de su vida. Amores de guerrilla, bonita forma para llamar a algo no tan bonito, cuando ya estás cansado de ser un guerrillero ¿no?

Cada etapa de la vida tiene sus momentos y, aunque hubo un tiempo de guerrillas, ya se había cansado. Estaba harta de luchar en guerras que no eran las suyas, de ser una mercenaria, de no ganar nada (y tampoco perder) porque se retiraba antes de que la guerra terminase.

Si tenía que luchar en alguna guerra, entonces, que fuera la suya. Empezarla y conocer el motivo por el que la empezaba, conocer al enemigo y luchar. Luchar quién sabe hasta cuando.

Ambos habían cambiado. En aquellos años y también en los anteriores, la vida, el destino, la suerte, les había llevado por los mismos caminos, pero en distintos momentos. Curiosas coincidencias. Mismas ciudades, mismos países, distintas épocas. Como una persecución en la que siempre estás a punto de alcanzar el objetivo aunque sólo ves su espalda al alejarse corriendo. La vida da muchas vueltas y muchas veces para llegar a un lugar el camino más largo es el que realmente nos lleva a él.

Se preguntaba, incrédula, de qué forma la vida había girado de aquella manera para que ésta vez sí se encontraran, para que ésta vez coincidieran en espacio y tiempo. No salía de su asombro. Pero ahí estaban, en el curso de la persecución, cuando por fin volvieron a encontrarse. Sólo un instante, un momento, un suspiro. Después, de nuevo, una sombra que se aleja al doblar una esquina, dejando sólo su espíritu flotando en el aire. Una sombra a la que sigue sin atrapar.



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